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La larga lucha por el agua en El Hierro

Autor: Juan Ignacio Viciana

  • Antes de aventurarse en las entrañas de la tierra apostando el futuro, los capitales, la maquinaria y hasta la vida misma –lo que estaba en juego no era el agua, lo que estaba en juego era la subsistencia–, estas Islas conocieron de la escasez y la miseria. El Hierro más que ninguna
  • A finales de los 40, huyendo de la postguerra y de la seca, aquel año en que por no haber ni llovía, más de la mitad de sus gentes se jugaron la vida cruzando el charco como hoy hacen los africanos frente a los que levantamos muros y alambres de espino

“El agua que bebemos, el agua con que nos lavamos y lavamos nuestras ropas y la que beben los pocos animales supervivientes, o que han sido mantenidos por sus dueños como de milagro frente a la necesidad de venderlos fuera, es un regalo de Tenerife”, dejó escrito en una carta el presidente del Cabildo de El Hierro de entonces en alusión a los barcos cuba que salvaron de la sed a la Isla del Meridiano.

Aún se tardaría un tiempo en descubrir que más allá de correr gargantas y barrancos dormía bajo tierra, esperando durante siglos a que el boom extractor de los 60 –somos muy de boom los canarios– diera paso al caos de los 70 y a finales de los 80 la situación se volviera a tornar sencillamente dramática.

Daba igual que las Islas parecieran gigantescos quesos de gruyer a fuer de túneles, pozos y galerías. La iniciativa privada, sus ambiciones y esfuerzos, dio para lo que dio. El Hierro no era más que agricultura, y apenas había agua.

Es entonces cuando se cruzan los caminos del Gobierno de Canarias, obligado a poner remedio si no quería perder la islita; y un joven ingeniero, Carlos Soler Liceras, que en 1978, con las maletas hechas para irse a Canadá a construir una presa decide parar un tiempo en Canarias y a día de hoy sigue tirando de talento e instinto para extraer agua bajo los volcanes lanzaroteños de Timanfaya.

En 1988, con el título de director del avance del Plan Hidrológico de El Hierro debajo del brazo, no tardó en descubrir que el 80% del gran acuífero de la Isla estaba contaminado. Pero el 20% restante tenía dos virtudes: había agua de sobra y era de una calidad excepcional.

Así es que propuso una única actuación. Se lo jugó todo a un tiro: un pozo directo al corazón de ese veinte por ciento con la idea de obtener tanta y tan buena que se pudiera abastecer a toda la Isla: vecinos y agricultores.

 

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