Esperando la lluvia en El Hierro
El silencio. Las ovejas. El mar. La más occidental y meridional de las islas Canarias es el paraíso soñado de muchos. Un territorio sorprendente, donde la vida tiene su propio ritmo y el silbo resuena entre la bruma.
La tierra reseca, la oveja pugna por sacar verde del esparto que le ofrece el suelo. Una niebla que parece un lápiz seco cruza la hierba aireada por la mañana, el pastor ordena el rebaño con un grito imperioso que se parece al balido de un hombre entrañado con este paisaje de silencio que es la cumbre en El Hierro. Más abajo, en las estribaciones de las huertas, este otro hombre, un agricultor que habla con su burra con la ternura de un poeta viejo, contempla los surcos de los que espera papas para enero. “Y la jodida lluvia que no viene a mares”. El horizonte reclama la noche. Una niebla potente se acerca a la huerta. “La cabrona nube que no mea. Lleva 30 años que no mea la jodida”.
Adentro de la gañanía, “el chivato” (un chivo) persigue a la oveja para montarla. Pero Antonio Barrera Brito, de 70 años, agricultor desde niño en este Hoyo del Barrio, bajo un monturrio, les permite que duerman juntos, “pero si ese cabrón la monta, ya la oveja no pare en su vida”. Las cabras y las ovejas conviven “mejor que las personas”. Ante él, por fuera del cobertizo donde se juntan neveras con escaleras viejas, hay surcos esperando a enero y a la lluvia. Como toda la isla, desde hace tres décadas. En el monte, un colega más joven, que solo tiene que ver con el ganado, tiene la suerte, muy de mañana, de asistir al espectáculo de la niebla en la isla. Es ese lápiz que, cuando viene el sol y da de lleno en la meseta de Nisdafe, desaparece dejando atrás, otra vez, “la inmensa secura”.