En busca de agua segura en las alturas andinas
Una tecnología milenaria como la alfarería puede ayudar a solucionar los problemas de acceso a agua potable en los Andes ecuatorianos. Se usan filtros de cerámica
Viven en el país con más ríos por kilómetro cuadrado del planeta, pero tienen problemas para acceder al agua. A más de 3.000 metros de altura, muchas comunidades rurales de los Andes ecuatorianos luchan a diario para regar sus campos y dar de beber agua limpia a sus hijos. En la comunidad de Gusniag, 54 familias han conseguido llevar el líquido vital desde una vertiente subterránea hasta sus casas. Mediante tuberías y depósitos instalados por los propios habitantes, esta pequeña aldea ha sido capaz de acceder por sí misma al agua, que procede del glaciar del volcán Chimborazo, el más alto del mundo medido desde el centro de la tierra. A pesar de la hazaña, todavía queda un importante escollo por rebasar: la purificación del agua. Ahí es donde entran los filtros de cerámica, unos sencillos recipientes con forma de maceta capaces de eliminar las bacterias que originan enfermedades como la diarrea, la segunda causa de mortalidad infantil en el mundo.
Inventados en Guatemala en los años ochenta, los filtros de barro han ayudado a potabilizar el agua en países tan distintos como Camboya o Ghana. El secreto está en la porosidad de la pieza, que se consigue al mezclar la arcilla con materia orgánica como cáscara de arroz o granos de café antes de la cocción. Al pasar el agua a través de ellos, los filtros retienen bacterias y parásitos, purificando así el recurso hídrico a una escala familiar. No obstante, hasta ahora estos filtros no eran capaces de eliminar los organismos más pequeños: los virus. Pero ese obstáculo está a punto de superarse gracias a la unión de conocimientos de un alfarero gerundense y una bióloga barcelonesa.
Las comunidades rurales de los Andes ecuatorianos viven en el país con más ríos por kilómetro cuadrado del planeta, pero tienen problemas para acceder al agua
Ocurrió en el Baix Empordà hace seis años. Laura Guerrero, una investigadora del Laboratorio de Virus Contaminantes de Agua y Alimentos de la Universidad de Barcelona, acudió a la región alfarera de La Bisbal, en la provincia de Girona, en busca de ideas para mejorar la eficacia de los filtros de agua. En la Escuela de Cerámica de la localidad le sugirieron dirigirse a Josep Matés, un reconocido alfarero muy dispuesto a la innovación. Laura visitó el taller de Josep, situado en Fonteta, y ambos se pusieron manos a la obra. Pasaron varios meses haciendo pruebas, tratando de hallar la fórmula que diera a luz un filtro capaz de eliminar virus, hasta que al ceramista se le ocurrió una idea: utilizar la técnica de la cerámica negra. Realizaron la cocción del filtro en un horno vertical de leña durante 24 horas, cerrando al final la salida de gases y provocando una reacción química que tiñó el barro de color negro. Cuando Laura regresó al laboratorio se quedó sorprendida. La cerámica negra, una técnica alfarera ancestral utilizada en la cuenca mediterránea desde hace miles de años, era la respuesta que buscaba para mejorar la eliminación de virus.
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