¿Agua de prepago?
El 2015 ya se ha quedado atrás, y con él los Objetivos de Desarrollo del Milenio (MDGs). Después de 25 años de progreso y trabajo para mejorar las condiciones de vida de millones de personas, se ha logrado cumplir uno de los objetivos más cruciales: garantizar un acceso “universal” al agua potable. Hoy, el 90% de la población mundial dispone de una fuente de agua mejorada y segura, y el 58% recibe el suministro por red de tubería hasta su propio hogar.
No obstante, debajo de estas macro-cifras reside una cuestión fundamental: ¿quién recibe agua potable, y cuánto se paga por ella? Si en nuestro entorno las tarifas de agua para el consumo doméstico ya son objeto de debate por ser incosteables para muchas familias, en otros países menos desarrollados la controversia es aún mayor. En muchas ciudades africanas (como Johannesburgo, Lusaka y Kampala) el problema no sólo consiste en que la mayor parte de la población no puede hacer frente a las facturas de agua, sino que tampoco puede conectarse a la red por el alto coste que supone.
La solución de muchas ciudades africanas a este problema ha sido implementar unsistema de agua de prepago en sus suburbios, zonas formadas por barrios marginales y hogares con escasos recursos. El principio de este tipo de sistemas es sencillo. Primero se compra crédito y se carga en la tarjeta, que permite transferir el importe al contador. Dicho importe se traduce en una determinada cantidad de agua suministrada. Una vez consumido dicho volumen, el suministro se corta y es necesario recargar de nuevo.
En los últimos años, este tipo de sistemas de agua ha ido ganando popularidad, y están siendo considerados por el Banco Mundial como una buena alternativa para abastecer de agua potable a los sectores más pobres de la sociedad. Pero, después de varios años de implementación, surgen dos grandes preguntas: ¿qué ventajas tiene pre-pagar el agua? Y más importante, ¿qué limitaciones supone?
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