Agua de abasto hay, pero ¿y el campo?
El Cabildo no declara la emergencia hídrica porque solo se justifica cuando no está garantizada el agua para consumo humano. Sin embargo, no lo está para los agricultores, que claman por la lluvia. Los que están en la costa tienen riego de producción industrial. El resto mira al cielo
El Gobierno canario tocó las campanas a rebato. Las islas están secas y se planteó esta semana la conveniencia de una posible declaración de emergencia hídrica. Pero esta competencia es insular y Gran Canaria se apresuró a dejar claro que con ella no iba la cosa. La ley prevé recurrir a esta fórmula cuando peligra el agua de abasto, la que consumen las familias en sus casas, y este no es el caso de la isla redonda. Así lo aseguró el presidente del Cabildo, Antonio Morales. y lo confirman alcaldes de municipios de interior, que son los más expuestos a las secuelas de la falta de lluvia. Pero, ¿y el campo? ¿Hay agua suficiente para el riego agrícola?
Pues la respuesta va por barrios. Depende de la cota de altitud a la que esté el cultivo. De los 300 metros para abajo, hacia el mar, las fincas viven del agua desalada o de la regenerada, que es la que resulta de aplicar un tratamiento terciario al agua depurada. La consumen de la que les suministra el Consejo Insular de Aguas o de desaladoras particulares. Pero para los que plantan en medianías y cumbre, las alternativas se reducen casi siempre a dos, a la lluvia (que lleva meses que no cae) y al agua de embalses y nacientes, que ya está muy mermada.
Nora Rivero andaba este viernes limpiando de mala hierba y de lagartas (un tipo de oruga) un trozo de su cercado plantado de papas. Es febrero, y en Las Lagunetas (San Mateo), donde saben bien qué es el invierno, parece verano. Lo normal es que en esta zona nunca rieguen por esta época. No hacía falta, pero ahora sí. «Tenemos que echarle agua cada 15 días; a veces la planta la pide antes y la regamos cada 10», apunta Nora. La compran a la heredad de El Portillo y no está barata. «La última vez estaba a 25 euros la hora, pero me da que ya habrá subido», le secunda su yerno, Tanausú Suárez, que hace un alto mientras ara otro tramo de la finca. «Yo antes sembraba 20 o 22 sacos de papas, ahora planto cuatro y para mi casa, no para la calle. No da». Llegó a tener puesto en el mercadillo. Lo dejó. «Fíjese, para aquel cantero compramos cuatro sacos de semillas a 27 euros cada uno, la hora de agua nos sale a 25, pero luego hay que atenderla, ¿usted cree que le sacamos algo? Con esto solo uno se muere de hambre», se queja Nora.